domingo, 28 de abril de 2013

La Viajera


La Viajera

LA SÉPTIMA HISTORIA QUE OS VOY A CONTAR...

Saludos, queridos lectores;
Como podéis observar, ya me tenéis de visita por aquí otra vez. 
Tenía muchas ganas de volver a contaros nuevos cuentos, pero me han faltado días para escribirlos. Como no podía esperar mucho tiempo más, he decidido entrar para acabar el borrador de esta nueva creación. Además de esto, quiero animaros a pensar, que queda muy poco para que se acabe este curso escolar. Eso lleva a que empecemos las vacaciones de verano y a que tenga mucho más tiempo para escribir historias y podáis leerlas. 
No me voy andar mucho más por las ramas y os voy a explicar como surgió la idea de esta nueva publicación en mi blog. 
La verdad es que la escribí a papel por el mismo motivo por el cual suelo escribir las historias, porque necesitaba una nueva idea para una redacción de literatura. La única condición que tenía para escribirla era que tenía que contener elementos del romanticismo. Sinceramente, a mí no me gusta ni un pelo que me pongan condiciones o pautas a la hora de escribir alguna cosa porque limitan mis ideas y las perfilan. Realmente es algo que llevo bastante mal. Prefiero críticas negativas a que me cambien la historia por completo. 
Pero bueno, como buena alumna que soy, cumplí y entregué todo con las anotaciones cumplidas al pie de la letra. A pesar de ese cambio de planes a la hora de escribir, me sentí satisfecha conmigo misma porque hacía ya tiempo que me había planteado escribir algún relato con un toque misterioso y mágico. Este relato se aproxima bastante a la idea de lo que quería hacer.

Me despido de vosotros dejando la historia aquí y dedicando una sonrisa a todas aquellas personas que les gusten mis historias y se emocionen cuando las leen. 
"Queda muy poco para que pueda llenar esto de muchos más cuentos"


                LA VIAJERA

Ya corría la fresca brisa gélida paralizante de esas montañas, las que ahora, tan pocas veces se ven. 

Sí, ese aire que lleva consigo tierra, motas de polvo y esas partículas tan diminutas en las que ni siquiera queda un pequeño rincón donde poner la etiqueta con la identificación de su lugar de procedencia. 

Ese pequeño viento intimidante que te recorre uno a uno los poros de la piel, penetrándolos. El que simultáneamente te eriza el vello corporal, indicándote que posiblemente acabes empapado esa misma noche si permaneces donde estás mucho más tiempo.

Quizá esa fuera una señal de advertencia para todo aquel que no se encontrase dentro de su morada. La noche ya había caído sobre aquellos lugares, aunque a pesar de todo, difícilmente, se podía divisar esa luz blanca en el cielo que nos acompaña por las noches. ¿Tal vez sería una señal para nuestra pequeña vagabunda? 

Tres minutos pasaron y desafortunadamente, cada vez costaba más distinguir esas montañas altas, rocosas, macizas, con vegetación escasa, ya casi invisible. Ellas hacían el papel de decorado en la función, mientras que en un primer plano se divisaba un camino terroso y arenoso que no tenía principio ni final. Alrededor de él, a sus orillas, encontramos diversos tipos de árboles, que probablemente, se habían unido en manada para hacer un corro alrededor del camino y burlarse a las espaldas de todo aquel viajero que se aventurase a emprender ese recorrido.

Los árboles, todos consumidos por el paso del tiempo y con formas puntiagudas, hacían acto de presencia al otoño, quién había vuelto para despedirse por una temporada de sus amigas caduca. Un camino largo, monótono y perturbador. Allí andaba ella, como si le fuese indiferente todo. Como si fuese consciente de que el paso del tiempo es irremediable y constante con unas sandalias ensangrentadas. Empapadas por las gotas de carmín que brotan sin cesar de sus pequeños, largos y cansados pies.

Envuelta en un abrigo de piel viejo y destripado, tapada como si luchara contra el viento. Mientras él, con ansias de venganza ondeaba su cabello y lo enredaba para construir su propia cuerda. Con la que la viajera ya agotada, se ahorcara infelizmente. Ella no lo iba a permitir, así que sin hacer caso a su larga melena morena, continuó caminando y murmuró para ella misma en voz alta:

- "No hay nada peor que el humor de perros en piel de zorro". 

Y continuó arrastrando sus piernas por el camino arenoso de la montaña en la que se encontraba sufriendo aquel martirio.

Como suponen vuestras mercedes, aquella situación no duró cien años y cuando terminó el largo camino, acabó en frente de una mansión abandonada. La viajera, cansada, ya pálida y perdida, decidió pasar la noche en la casa. El primer fallo de esta joven aventurera, quién apenas ni rozaba las dos décadas.

La fachada apenas se mostraba, puesto que estaba infestada de enredaderas y lo poco que se podía ver de ella, estaba agrietada, con las capas de pintura estropeadas, habían ladrillos sueltos y moho entre ellos. Los cristales estaban rotos y la madera de la puerta defectuosa, ya medio carcomida por las plagas. El jardín estaba lleno de maleza, que se apoderaba de la reja metálica que rodeaba la casona. El tejado, con piezas sueltas, se caía a pedazos. 

Allí solo quedaban restos de lo que fue en sus día una mansión de tejado color rojizo-burdeos, ventanas con maderas lacadas en tonalidades azules y pocos colores más ya borrados del mapa. 

Aquella muchacha allí entró y por lo que me contaron, posteriormente nada se supo de ella después de aquella noche. 

Algunos dicen que murió de hambre, otros dicen que murió del cansancio, unos cuantos dicen que la asesinaron, varios dicen que la secuestraron, ciertos dicen que se volvió loca y se perdió entre los fantasmas que habitaban la mansión, unos pocos dicen que a media noche se marchó huyendo de allí hacia una nueva ciudad con una nueva identidad y unos cuantos dicen que se marchó caminando de allí y continuó caminando hasta que falleció buscando su destino.

Pudo pasar de todo, nadie lo sabe, lo que sabemos y lo que quedará para siempre es que aquella joven era conocida como "La Viajera".




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